Mi encuentro sexual en el gimnasio

Hacía ya más de seis meses que Iván no pisaba el gimnasio y una sensación de ansiedad recorría su cuerpo al cruzar la puerta giratoria. El olor a limpio y la virginidad de las paredes blancas y lisas le recibieron amenazantes, sabedoras de que sus seis meses fumando cómo un carretero le haría pasar factura. La recepcionista mascaba chicle apática al mirar el carnet del gimnasio de Iván y dijo “Bienvenido, gracias” con un tono de computadora programada para hacer sentir a la gente cómo un gusano. Su blusa blanca abrochada hasta el cuello atenazaba unos pechos que se intuían grandes y redondos y que parecían querer salir a respirar. Esos pensamientos rondaban a nuestro protagonista cuando se encontró ya situado en lo alto de una cinta de correr. Apretó botoncitos, se encendieron lucecitas y comenzó a correr. Se puso los cascos y Calle 13 empezó a sonar en su cabeza.

Se dio cuenta de que había elegido la maquina más cercana a la puerta y que desde su sitio sólo se veía el blanco de una pared inmaculada. A su derecha tenía la puerta azul plástica y a la izquierda y detrás de él decenas de máquinas. Así que el lideraba las filas de máquinas sin quererlo. Detrás de él, dos filas atrás, había un grupo de 3 chicas que corrían y hablaban que podían verlo a él, pero él no podía verlas a ellas. Corría ahora más inquieto por dar una buena imagen a esas desconocidas que, según sus pensamientos, seguro que se reirían y reprobarían su ausencia de vigor físico o, por el contrario, hablarían en murmullos de su cuerpo y su buen hacer si daba la talla. El sentirse examinado encendió los motores y su pecho y sus piernas comenzaron a trabajar duramente, demostrándole a esas chicas que era todo un hombre.

Su mirada al frente, sus brazos perfectamente coordinados con el movimiento de sus piernas e incluso se permitía el lujo de ponerlos tensos para impresionar más a las jovencitas. Cada treinta segundos se giraba para mirar a esas chicas, no sabía si era demasiado evidente, pero quería disfrutar de lo que estaría provocando en ellas con su fortaleza física. Sólo podía ver con nitidez a una de ellas, y en lapsos de dos segundos, pero era una joven deliciosa con un top rosa, con los pechos muy grandes y un pelo rubio y rizado que tenía recogido en una media coleta. No era muy alta ni muy flaca, tenía unos muslos tremendamente apretados en unos leggins negros que parecían la cárcel más feroz del mundo en ese momento.

Iván estaba excitado, emocionado por su alta demostración de capacidad pulmonar y contento porque estaba convencido, que esas jovencitas estarían hablando de él. Además, “Latinoamerica” una de sus canciones favoritas de Calle 13 sonaba en sus auriculares. Era un muy buen momento. Pero, el oxigeno comenzó a escasear en su sangre y sus ojos se desenfocaron provocándole un mareo considerable. Apagó la máquina y bajó al suelo firme en busca de estabilidad. Dio unos pasos inseguros hasta la puerta metálica y buscó los vestuarios para mojarse la cara. Vio una puerta verde a su izquierda. Escuchó voces que parecían referirse a él, pero se encontraba realmente mal, así que se metió en la puerta verde. Sentía náuseas y la sobre activación le había puesto en grave peligro de caer desmayado, así que se tumbó, medio escondido en el suelo en una esquina de un cuarto con grifos y azulejos azules. Parecía que había acertado, parecían los vestuarios. Cerro los ojos para que su tensión sanguínea se estabilizara…

El ruido del agua le despertó. No sabía cuantos minutos habían pasado. Se había escondido más de lo que creía. Estaba en una esquina con un tabique que cerraba por 3 lados la estancia, sólo había un hueco abierto. Miro a su alrededor: ¡Estaba en una ducha! Había unos bancos de madera a unos dos metros con mochilas abiertas y más duchas a unos 5 metros. Tres estaban encendidas. No conseguía verlas desde ese ángulo, así que se ladeo un poco y vio un cuerpo que recibía el agua desde arriba. Tenía la piel clara , con curvas de mujer, con los pies enfocados hacía Iván. Unas piernas desnudas por las que caía agua limpia hasta los tobillos, los muslos prietos pero grandes se balanceaban hacia delante y hacía atrás del placer mientras canturreaba una canción desconocida. Más arriba la cascada de belleza, su sexo, brillante y recíen lavado, sin vello púbico parecía el plato estrella de un menú degustación. El ombligo como punto de equilibrio de un vientre liso que se veía conquistado por dos pechos grandes y redondos que se mantenían firmes por la juventud de la chica. Los pezones rosados y redondos, se difuminaban cuanto más se alejaban de su centro concéntrico.

El cuello terso y elegante sobre unos hombros de princesa sostenía la cara de la rubita del pelo rizado que corría tras él un rato antes, ahora sin top que oprimiera su pecho redondeado. Tenía los ojos cerrados y estaba posicionada hacia el chorro que caía con la boca abierta, sus labios expulsaban de forma sensual el agua que se almacenaba dentro de su boca. Y ahora sus manos masajeaban sus pechos, apretándolos, contrayéndolos para luego soltarlos a su aire. Disfrutando del agua en su cuerpo, aún con los ojos cerrados y el cabello rubio mojado adornando sus hombros. Iván estaba más excitado que en toda su vida. Nunca había visto una imagen tan bonita. Volvió a fijarse en el sexo de su compañera de vestuario. Sin pelo, elegante, femenino, poderoso…En sus pechos, firmes y apetitosos…

Cuando vió que ella volvía la mirada al frente, se escondió en su ducha erecto cómo un cactus del desierto. Espero, prudente, a que se vistiesen y se fuesen. No se atrevió a volver a mirar por si era cazado y le confundían con un “mirón” o un pervertido. Se hizo eterno. Las escuchaba hablar sobre trivialidades y usar el secador, mientras la chica de la ducha, canturreaba la misma canción desconocida, Iván seguía erecto. Imaginaba el olor de la vagina de la ducha, su textura, su sabor, mientras oía cómo se vestía y se arreglaba para salir con otras dos amigas. Desde luego, merecía la pena volver al gimnasio mañana. La experiencia estaba siendo increíble. Pero aún lo fue más cuando al oírse la puerta abrirse para que ellas salieran, la canción que canturreaba cesó y esa voz femenina y juguetona dijo:

-Adiós guapetón. Hasta mañana.

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