Mi primera experiencia lésbica con mi doctora

Abro la puerta y me la encuentro tumbada, piel desnuda y blanca como la nieve. Observo su pequeño tatuaje en forma de enredadera. Muchas veces he pensado en cómo sería sumergirme en su piel hasta que su tatuaje me cubriese totalmente, interrumpiendo mi respiración como hace con su mirada.

No quiero mirarla a los ojos, no aún, no hasta que sepa que he logrado mantener el control. Esa mirada ya me ha embrujado antes, haciéndome perder la noción del tiempo. Permanece tumbada bajo mis órdenes, esperando que mis manos se aventuren a explorar todo su ser, esperando que posea cada milímetro de su piel, de sus labios…de su mirada. Dios, sólo deseo tener el control absoluto de esa mirada desafiante y ardiente. Es de ese tipo de miradas que hace que tengas ganas de salir corriendo pero quieres enfrentarlas a la vez. Desafiante y sumisa a la vez.

No sabe a lo que se enfrenta, no sabe los peligros que aguardo. Por ello parece tan inocente, tan irritablemente inocente y, sin embargo, tan consciente de lo que le aguarda. Sabe que no podré estar en control mucho más tiempo y se atreve a desafiar mi fuerza de voluntad. Me sonríe y me mira, obligándome a responderle y clavar nuestras miradas de manera recíproca.

Ya está, ya lo sabe. Es consciente de que no me puedo controlar y mis manos reflejan mis más internos deseos. Empiezo a acariciar su piel suavemente, sin quitar la mirada de sus ojos. Sin duda es el encuentro más emocionante que he tenido en mucho tiempo, tanto que la excitación cobra vida dentro de mí. Me abandono al deseo y comienza el masaje alrededor de su pecho. No sabe que es habitual en mí hacer estas cosas, me cree tan inocente como ella. No es consciente de mi oscuro secreto pero yo sé todo acerca de ella. Empiezo a notar la excitación en su rostro y su deseo de abandonarse a la pasión. Es difícil para ella, pero ha provocado todo esto. Es culpa suya, me repito. No debería haberme mirado de esa manera, no debería tener esos labios cargados de lujuria.

Me aventuro a masajes más estimulantes y precisos alrededor de todo su cuerpo y por fin decide rendirse. Me besa apasionadamente olvidándose de quién es y quién soy. Acaricia mi piel suavemente y yo la suya salvajemente. El deseo es mi dueño y sólo deseo hacérselo saber de una manera dura y suave a la vez. Nos vamos desnudando hasta que el frío se hace eco en todo nuestro cuerpo. Noto la lujuria en sus manos, sus labios y su mirada y así me lo hace saber devorando cada parte de mi cuerpo.

Me siento como en una nube. Elevándome hasta el séptimo cielo, se hace dueña de mí y de mis instintos. He sucumbido a sus encantos y ella lo sabe. Se siente poderosa ante mí, pero yo aún tengo algo que decir. Cuando me dispongo a dominarla, se oye la inoportuna llamada en la puerta:
– ¿Se puede pasar?
– Un momento, por favor, enseguida estoy contigo.
Tras la inoportuna interrupción nos vestimos, no sin besarnos apasionadamente antes y sabiendo que este encuentro debería acabar en otro lugar.
La invito a que se vista y se siente en la silla. Me peino mi pelo post-coitus interruptus y me acomodo al otro lado del escritorio.
– Adelante – digo con convencimiento.
– Doctora, ya tiene usted al siguiente paciente listo para la revisión.
Dame unos momentos, aún no he acabado con esta chica.Tras unos segundos de silencio que parecen una eternidad, la vibración de mi teléfono móvil nos trae con una sacudida a la realidad. La dura realidad de haber caído rendida a los pies de una paciente en mi propia consulta.Decido que esto debe continuar, nadie me deja jamás a medias…y, desde luego, nadie con esa mirada. Nos miramos de manera cómplice y ambas sabemos que esto aún no ha acabado…

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